La Navidad, es para muchos la festividad que despierta alegría y esperanza, y aunque el sentido actual se diluya entre comercialización y consumismo, tiene sus raíces entrelazadas con antiguas tradiciones y narrativas religiosas muy profundas y de importante significado.
Desde tiempos inmemorables, las culturas celebraban la llegada del invierno con rituales que buscaban asegurar la fertilidad y la renovación de la vida. En este contexto, desde la Iglesia se estableció el 25 de diciembre como la fecha oficial para conmemorar el nacimiento de Jesucristo, generando desde ahí una fusión, pero más aun dando un nuevo significado a la temporada, ya que la llegada de El Redentor se convirtió en centro de toda celebración, aportando un nuevo simbolismo a la temporada. Este crisol cultural dio lugar a diversas costumbres que ahora están íntimamente relacionadas con la Natividad, la Navidad. Los romanos celebraban las Saturnalias, un período de alegría y regalos; los germanos decoraban árboles como símbolos de vida eterna, y los celtas encendían velas y antorchas para vencer la oscuridad del solsticio de invierno. A medida que el cristianismo se expandía, estas prácticas adoptaron nuevos significados en la narrativa del nacimiento de Jesús. La figura de Santa Claus, por ejemplo, tiene sus raíces en San Nicolás, un obispo del siglo IV conocido por su generosidad. Los regalos, inicialmente destinados a recordar la ofrenda de los Magos, evolucionaron con el tiempo para reflejar la alegría de dar y recibir. De este modo, la Navidad se convirtió en una sinfonía de tradiciones que resuenan en todo el mundo, recordándonos la importancia de la unión, la fe, la compasión y la esperanza en nuestros corazones. La discusión sobre los orígenes primeros puede llegar a frivolizar el intenso significado que debe privar hoy en la Navidad, que se convierte en un punto de referencia para la historia moderna, la que comienza con el nacimiento de un niño en un pesebre.
