La llegada del niño Jesús en un humilde pesebre del portal, bajo la brillante luz de la estrella de Belén que anunciaba su llegada, es el propio epicentro simbólico de la Navidad misma.
Cada elemento de esta narrativa encierra un significado profundo que trasciende las fronteras religiosas y culturales. El pesebre, un lugar modesto para el nacimiento, simboliza la humildad y la sencillez, recordándonos que la grandeza puede surgir de lugares inesperados, por eso el rey de reyes decide este humilde origen.
La estrella de Belén, la que va iluminando la noche oscura, representa la guía divina y la esperanza en medio de la adversidad. Sin olvidar la tradición de los regalos, la que llega inspirada en los presentes que los Magos llevaron al niño Jesús; cada uno de estos presentes nos enseña la importancia de dar con amor y generosidad. Después, cada adorno en el árbol de Navidad, desde las coloridas esferas hasta las luces centelleantes, representa la diversidad, la alegría que la temporada trae consigo, y más aún hablan por sí mismos de la historia que discurre entre pastores que reciben el dulce anuncio (por eso los bastones de dulce) y la trinidad representada en los tres puntos del pino de navidad. En conjunto, estos elementos crean un lienzo simbólico que trasciende las diferencias y nos recuerda la esencia universal del amor, la compasión y la esperanza que la Navidad simboliza. Más allá de las creencias individuales, el nacimiento de Jesús sigue siendo un recordatorio atemporal de los valores que unen a la humanidad en su conjunto. El nacimiento como lo conocemos hoy representado tuvo su origen en la idea de Giovanni Bernardone (1182-1226), el religioso que se convirtió en San Francisco de Asís, él fue el primero en crear una representación del momento histórico, fue un nacimiento viviente que tuvo la intención de mostrar a la feligresía el milagro divino, mismo que ha trascendido a nuestros días representado en las figuras que se disponen en este escenario.
