El arzobispo de Canterbury, Justin Welby, anunció su dimisión el pasado martes tras una investigación que reveló que no había informado a las autoridades sobre los abusos físicos y sexuales cometidos por un voluntario en campamentos de verano organizados por la Iglesia de Inglaterra. El caso, que involucró hechos ocurridos tanto en Inglaterra como en África en 2013, destapó la falta de acción de Welby ante la gravedad de los abusos, lo que aumentó la presión sobre su liderazgo.
La dimisión se produce en un contexto de creciente indignación, después de que Welby rechazara asumir responsabilidad pública por no haber denunciado los abusos en el pasado. Esta negativa provocó una oleada de críticas a la Iglesia de Inglaterra, cuya estructura de poder ha sido acusada de proteger a los perpetradores en lugar de a las víctimas. En sus declaraciones, Welby expresó que su decisión de apartarse era lo mejor para la Iglesia, a la que ha servido con “profundo amor” a lo largo de su carrera.
El caso de Welby se enmarca en una serie de escándalos relacionados con abusos sexuales dentro de la Iglesia de Inglaterra. Un informe de 2022 de la *Independent Inquiry Child Sexual Abuse* señaló que la institución permitió durante décadas un ambiente donde los abusadores podían actuar con impunidad, favoreciendo la protección de los acusados sobre las víctimas. La deferencia hacia la autoridad clerical y los tabúes sobre la sexualidad fueron factores que contribuyeron a esta cultura de encubrimiento.
La salida de Welby tiene repercusiones más allá de la Iglesia de Inglaterra. Como cabeza simbólica de la Comunión Anglicana, que agrupa a más de 85 millones de fieles en todo el mundo, su dimisión será un golpe significativo para una institución ya afectada por divisiones internas. Con una trayectoria que incluye la mediación en conflictos internacionales y su rol en la coronación del rey Carlos III, Welby se encontraba en el centro de la controversia incluso antes del escándalo, siendo una figura que generaba tanto admiración como rechazo.
