Bitácora del Poder por Naim Libien Abouzaid
El fin de semana del Grito de Independencia dejó algo más que plazas llenas y discursos patrióticos: un verdadero infierno en las carreteras del Estado de México. Miles de familias que intentaron disfrutar del puente en destinos como Valle de Bravo terminaron atrapadas en un tráfico interminable, enfrentando cierres de carriles, obras mal planeadas, baches y una falta total de coordinación.
Lo más alarmante no es el caos en sí —ya casi normalizado—, sino que seguimos pagando altas cuotas en vías concesionadas que deberían garantizar un servicio eficiente.
La autopista hacia Valle de Bravo es el ejemplo perfecto de esta contradicción. No depende de Caminos y Puentes Federales, sino del esquema estatal administrado por el SAASCAEM. El modelo, entregado a la empresa Acomex por más de cinco décadas, asegura que el concesionario recupere su inversión con los peajes. Pero la pregunta es inevitable: ¿quién le exige a la empresa que cumpla con calidad y seguridad para los usuarios?
Un viaje que normalmente dura una hora y media se convirtió este puente en seis horas de desesperación. La caseta de La Hortaliza, en remodelación, mostró la peor cara del desorden: salidas mal señalizadas, pocas casetas en funcionamiento e intersecciones mal planeadas que ponen en riesgo a los automovilistas.
Además, los precios de las casetas están lejos de ser accesibles. Pagar tarifas tan altas por un servicio ineficiente resulta un doble agravio para los automovilistas. La lógica de estas concesiones debería considerar no solo la recuperación de la inversión, sino la justicia en el costo para los ciudadanos, sobre todo en temporadas de alta demanda donde las fallas en la operación hacen aún más evidente la falta de equilibrio entre lo que se paga y lo que se recibe.
Mientras los discursos oficiales hablan de soberanía y fiesta nacional en los zócalos de Toluca y la Ciudad de México, las carreteras mostraban otra cara: la del abandono y la negligencia. Los gobiernos estatal y municipal parecen más preocupados por la pirotecnia que por atender la infraestructura básica de millones de mexiquenses.
Las calles y carreteras no son un lujo, son un derecho. Los ciudadanos pagan cuotas y también impuestos; lo mínimo es recibir un servicio digno, eficiente y seguro.
El Estado de México no necesita carreteras parchadas cada temporada alta, sino planeación de largo plazo. Necesita autoridades que no se escondan detrás de contratos de concesión, sino que exijan resultados y rindan cuentas.
El Grito de Independencia fue una fiesta nacional, sí, pero lo que verdaderamente necesitamos es independencia de los baches, de los embotellamientos y de las ineficiencias que los sostienen.
Que el resto del país tome nota. ¡Viva México!