Bitácora del Poder por Naim Libien Abouzaid
Esta semana, el mundo amaneció más solo. El Papa Francisco, una de las figuras más influyentes del siglo XXI, ha fallecido. Con su partida, no solo se cierra un capítulo en la historia de la Iglesia Católica, sino que se abre una discusión inevitable sobre lo que representa el poder, la sucesión y el vacío de liderazgo, no solo en Roma, sino también en casa: en el Estado de México.
La figura del Papa —amado, criticado, pero siempre escuchado— se construyó a través de su capacidad para incomodar. Denunció la desigualdad, criticó el capitalismo salvaje, habló de migración, de abuso de poder, de ecología, de corrupción e incluso de sexualidad. Lo hizo desde una institución milenaria, pero con un lenguaje que buscaba dialogar con el presente. Francisco era más que un Papa; era una conciencia global. Y ahora ya no está.
Pero la pregunta más dura no es quién fue, sino quién viene. ¿Qué representa la sucesión del poder en una institución como el Vaticano? ¿Y qué nos dice eso de nuestras propias estructuras políticas, tan lejanas en apariencia, pero tan similares en esencia?
Entre Roma y Toluca: el poder que se hereda… o se impone
El Vaticano se prepara para un cónclave que decidirá quién será el próximo líder de la Iglesia. Un proceso rodeado de misticismo, tradición y política. Porque sí, el Vaticano es también una maquinaria de poder, donde las alianzas, las agendas y las tensiones internas definen el rumbo de mil millones de fieles. En ese contexto, la sucesión no solo es un trámite espiritual, sino una maniobra profundamente política.
¿Y aquí en el Estado de México? No hay cónclaves, pero hay pactos. No hay sotanas, pero hay intereses. Y tampoco hay incienso, pero sí mucho humo. En nuestra realidad política, los procesos de sucesión también se están cocinando: en alcaldías clave, en el Congreso local, en las dirigencias de partidos, en el Poder Judicial y en el entorno de la gobernadora. Todos —desde los viejos cuadros hasta los jóvenes ambiciosos— están mirando la silla que sigue. El poder nunca descansa.
Pero mientras en el Vaticano se discute la continuidad de una visión de iglesia progresista o el regreso a un conservadurismo doctrinal, en el Edomex la pregunta ni siquiera se formula con esa claridad. Aquí, las sucesiones se están dando entre silencios, reciclajes y acuerdos de cúpula. No se discuten proyectos de futuro ni visiones de Estado. Solo se reparten espacios.
La gran diferencia es que Francisco dejó una huella. Una idea. Una intención. ¿Qué dejan nuestros políticos? ¿Qué legado construyen? ¿A qué le tienen miedo cuando llega la hora de renovar?
El Papa ha muerto. Su partida nos recuerda que el poder es finito, que los liderazgos, por grandes que sean, también se apagan. Y que lo verdaderamente trascendente no es quién ocupa el lugar, sino qué hace con él.
En el Estado de México, esa lección todavía está pendiente.