La COP29 culminó con un acuerdo climático, pero la satisfacción fue limitada debido a críticas.
A pesar de que los países desarrollados se comprometieron a destinar 300 mil millones de dólares anuales hasta 2035 para apoyar a las naciones en desarrollo, el acuerdo no convenció a muchos, quienes lo consideran insuficiente frente a los graves desafíos de la crisis climática.
En el cierre de la conferencia, la noticia del pacto fue recibida con sentimientos encontrados. Por un lado, la promesa de financiar a los países más vulnerables parecía un paso importante, pero por otro, se percibió como un gesto pequeño en comparación con las necesidades urgentes. Las voces de los países en desarrollo y organizaciones como Greenpeace señalaron que la cifra pactada está lejos de ser adecuada, calificando el acuerdo como “decepcionante” y destacando que no cumplía con el compromiso real de salvar a los rincones más afectados por el cambio climático.
El logro del acuerdo fue el resultado de intensas negociaciones, las cuales estuvieron a punto de colapsar en varias ocasiones. Las tensiones fueron altas, especialmente con la participación de Arabia Saudita, quien logró impedir que el pacto incluye referencias directas a la reducción del uso de petróleo, gas y carbón, fuentes clave de la crisis global. Este hecho evidenció la resistencia de ciertos países a cambiar sus políticas energéticas a pesar del impacto ambiental que generan.
El retraso de más de 30 horas en la firma finalizó en un consenso que, para muchos, representa un avance histórico en la cooperación internacional. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, celebró el acuerdo, considerando que es un paso hacia una mayor colaboración global en energías limpias. Sin embargo, el futuro sigue siendo incierto y la tarea de corregir lo acordado queda en manos de la COP30, que se celebrará en Brasil el próximo año.
